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viernes, septiembre 09, 2005
La Prisión
El calabozo era tan oscuro que Corsicarsa apenas podía ver el rostro de los compañeros que habían sufrido su misma suerte; en un principio hablaban pero con el tiempo las palabras se fueron transformando en murmullos, los murmullos en espaciados lamentos y finalmente silencios. "A todo se acostumbra uno" pensaba el Hombre de la Guerra, mientras veía cómo un nuevo cuerpo sin vida era sacado del encierro frío y húmedo para llevarlo a otro igual y hasta con la misma profundidad. Un año más tarde y sin explicaciones, lo llevaron lejos y lo soltaron. Corsicarsa creyó reconocer el rostro de su acompañante pero no podía verlo con claridad, el sol, aunque no fuera muy fuerte, encandilaba sus dilatadas pupilas de encierro y lo obligaba a mantener los ojos semicerrados y la cabeza gacha. Tirado en el suelo, con el cuerpo buscando la misma posición que tenía dentro del calabozo y sus pies juntos como si todavía estuvieran ligados con grilletes, éste hombre había transformado su altivez en un conjunto de nada, de lo que había sido un poderoso y popular general sólo quedaba un impotente mendigo del que pocos se acordaban y generaba tanta lástima que al lado suyo siempre caía algo de comida con que seguir el día. Así estuvo el Hombre de la Guerra durante un tiempo en que los días eran tan iguales que no se acumulaban uno con el otro, ni se contaban, tan sólo pasaban sin existir. Un día, sin causa ni razón, se levantó y empezó a caminar. Anduvo hasta que sus fuerzas se deshicieron y el dolor en los pies amoratados era insoportable. La última vez que se dio vuelta para mirar hacia atrás, aquel lugar de odios se veía tan pequeño como él hubiese querido que lo estuviera en su memoria; deseaba huir de su propia miseria, pero la miseria, como la historia, persigue sin cesar y lo saludaba siempre detrás de un rostro de barba desprolija y enredada y en las toneladas pestilentes de mugre que cubrían su cuerpo entre los harapos. Como la decisión de su marcha, también repentinamente un día se aseó, consiguió ropa nueva y se empleó en una cabaña de leñadores. En la cabaña trabajaban viejos compañeros suyos, personas que habían formado la milicia del ejército y que en su momento le profesaban una profunda admiración, por ello no podían reconocer al general, detrás de los despojos de hombre que tenían al lado suyo, uno de ellos se atrevió a sugerir el parecido, pero Corsicarsa lo negó. Al principio se mantenía apartado del resto de los leñadores, pero poco a poco se fue acercando a ellos y así fue que se enteró lo que había ocurrido en su año de ausencia. Escrito por Faivel 12:22 a. m. #
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