lunes, abril 25, 2005

La primera noche del regreso al bosque
 

La noche estaba fresca y, entre las rocas, tan cerca del arroyo, no teníamos demasiada protección, de modo que sacamos las mantas de nuestras bolsas y nos tapamos hasta la nariz esperando la visita de la Princesa de los sueños para que nos duerma con un beso sobre los párpados.

Las Vírgenes y la Señora del Cofre apenas si alcanzaron a ver cómo la noche se vestía por completo con su traje azul oscuro y sus adornos brillantes; había sido un largo andar para un primer día, después de tanta quietud en la ciudad. Yo no, me quedé mirando las estrellas como siempre, como aquella vez, y mientras tanto revivía los pasos de la jornada.

Aquella mañana, sabiendo que volvíamos a la comida del bosque, nos ocupamos en tomar un buen desayuno, no fue una gran idea ya que anduvimos pesados por unas cuantas horas. Abracé con ganas al flaco Inth y prometí volver a su posada ni bien el camino lo permitiera. Cuando cruzamos la puerta de la ciudad con nuestros morrales llenos, sentí un poco de pena. Golbew, sin duda, había sido un grato refugio y el regreso se comenzaba a desear ni bien uno pensaba en la partida.

A medida que avanzábamos en el camino hacia la Montaña de la Desesperanza, el bosque nos iba anunciando su partida, de a ratos encontrábamos pequeñas elevaciones rocosas que hacían desaparecer la frondosidad de los árboles dejando algunos espías a la vera de riacho.

Como tres veces cruzamos el mismo río que serpenteaba delante nuestro, a la cuarta, el sol se había puesto tímido y nos pareció un buen lugar para descansar; un poco más adelante otros caminantes charlaban junto al fuego, pero el trajín de un primer día en el que nada pasó, no nos tentó a acercarnos.

Ahora, tapado por la manta, empiezo a dormir la primera noche, de mi regreso al bosque.


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Nota: Aunque mi amiga Sherita me lo discuta, su página no tiene o no muestra el link para cada post. De modo que, quienes se interesen en la referencia que puse, deberán buscar (una vez accedido al link) el día 11 de Octubre "Las noches de Faivel".

Escrito por Faivel 11:38 p. m.
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lunes, abril 11, 2005

El último día en Golbew III
 

Parte I - Parte II

- La cueva, está situada detrás de la fractura de la montaña, es un paraje difícil de acceder según me han contado - señaló la dama - ya que varias veces he querido llegar hasta allí, pero distintos inconvenientes me lo han impedido.

Poco más tarde, mientras Mirzam seguía con su rutina de vuelo veloz por entre las bibliotecas, comencé a jugar con una pila de libros que tenía al lado como si fueran cubos. Una vez que hube formado una figura con ellos, el que estaba en lo más alto se deslizó hasta mí y quedó abierto en la primera página. Cedí a la comodidad de las letras iniciales y como si fuera un encanto lo seguí recorriendo hasta llegar casi a la mitad. No sé por qué, tuve la necesidad de volver a formar aquella pila de libros en ese momento. Apenas finalicé, el que estaba en la cima, cayó hasta mí; era el mismo de antes y quedó abierto en la página en la que había dejado de leer.

Cuando la luz que entraba por las claraboyas del lugar comenzó a tomar un color rosado, la lectura llegaba a su fin, fui entonces en busca de la Señora del Cofre y las Vírgenes que tenían preparado un manantial de sonrisas en dibujos de crayón.
No pude despedirme de la amable mujer, había desaparecido dejando en su lugar una agradable música que, en cualquier lugar de la casa podía escucharse de la misma forma. Junto a la puerta de los gemidos, había un paquete a mi nombre que guardé en mis alforjas sin abrir para que la noche no nos encuentre en este rincón oscuro de la ciudad.

Mientras nos íbamos, giré la cabeza y descubrí, por encima del portal, apenas legible entre las ramas de los árboles un letrero que decía "El Tejado de la Gata Negra".

Esa noche, la que sería la última en Golbew (por un tiempo al menos), sentado sobre la cama con las piernas cruzadas, quité el envoltorio hecho con hojas secas de gomero y encontré dos libros y un puñado de crayones junto a una nota que decía.

"No es importante si el camino es largo o corto, ni siquiera si su tránsito es fácil o dificultoso, lo único trascendente es recorrerlo acompañado"

Al leerla por segunda vez, recordé seres con poca historia común y mucho afecto y recordé distancias... será por eso que mis ojos se humedecieron antes de cerrarse hasta el día siguiente.

Escrito por Faivel 10:44 p. m.
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lunes, abril 04, 2005

El último día en Golbew II
 

Parte I

Un pasillo, en cuyas paredes conversaban respetuosamente el blanco de la cal con el marrón de la humedad , nos condujo hasta una pequeña sala graciosamente decorada con dibujos de felinos de variadas razas y tamaños.

- Este es el cuarto de la primera vida - dijo la joven acercándose hacia unos baúles que se encontraban en una esquina.

Cuando levantó la tapa del primero, las caritas de Las Vírgenes se iluminaron al descubrir montañas de libros de cuentos que se deslizaron hasta sus pies. Pero la dama siguió abriendo cofres y entonces aparecieron los crayones de todos colores, la carbonilla y los cuadernos que de tan blancos hacían difícil verlos sin pestañear.

El último baúl se transformó en una enorme mesa que guardaba en su interior dos sillas pequeñas en donde me pareció ver grabados los nombres de Ilul y Adaug.

Mientras las niñas se quedaron disfrutando de su paraíso bajo el cuidado de la Señora del Cofre, seguí a la dueña del lugar hasta la primera sala que habíamos visitado y nos sentamos a conversar.

Apenas nos estábamos acomodando, cuando el hombre que estaba en la esquina, juntó sus papeles y, apretando los piés contra el suelo y con la cabeza gacha, pasó a nuestro lado como si no hubiésemos estado allí. Mientras levantaba una silla que arrastró en su apuro comenzó a balbucear algo que no entendí y lo siguió diciendo después de cruzar la puerta.

- Es Martín Aon - aclaró la mujer a mi lado sin permitir que le pregunte - tiene cita para realizarle una entrevista a Dios.

Debió haberme extrañado esta afirmación, pero creo que mi capacidad de ser sorprendido va disminuyendo a medida en que tantas cosas no comunes ocurren. Será por eso que contesté:

- Y se le debe estar haciendo tarde...

El espacio de silencio que ofreció la sonrisa de la joven ante la poca gracia de mi acotación, dio paso al asunto por el que habíamos llegado hasta este lugar tan maravillosamente extraño.

La mujer, que dijo llamarse Mirzam, apenas si me dejaba hablar, respondía como si adivinase la siguiente pregunta y, con un tono de voz cargado de esa ternura especial que deja traslucir añoranza, me habló de la Montaña de la Desesperanza. Suavemente, pero sin dudar un instante ni interrumpirse, me contó que en aquel paraje habita un hombre que rara vez abandona su cueva, pero que de tanto en tanto envía emisarios para buscar alimentos y libros, porque de ambos necesita para vivir.

Escrito por Faivel 11:14 p. m.
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