martes, abril 27, 2004

Escrito por Faivel 2:18 a. m.
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viernes, abril 23, 2004

¿Qué vamos a hacer?
 

- ¿Que vamos a hacer? - preguntó la Señora del Cofre.

No sabía que decirle, no tenía respuesta. Estaba inmóvil, en la misma posición en que había descubierto a Val en su encierro. La caravana ya había pasado, la vi alejarse casi sin pestañear, y cuando ya no se divisaba la ardilla, Ilul soltó un grito con su pequeña vocecita que apenas sobresalió entre el murmullo de la gente que iba y venía por el camino de los bueyes.

“¿Que vamos a hacer?” retumbaba la pregunta en mi interior como si la Señora del Cofre la repitiera una y otra vez.

Las ideas parecían haber sido escondidas por la pena y no se asomaban ni para susurrar que alguna vez habían existido. Nunca me había pasado, he tenido que tomar decisiones, resolver problemas y jamás dudé, pero en este momento lo único que quería era correr y esconderme en algún lugar para guarecerme en la soledad, que muchas veces suele ser la mejor compañera.

“¿Que vamos a hacer?” había dicho la Señora del Cofre y esperaba una respuesta.

Ilul seguía en un ahogo de lágrimas entre las piernas de la madre. Adaug, me miraba fijo apretando con fuerza la mano que nunca había soltado y que empezaba a sentirse húmeda por el sudor.

- Papi - dijo la pequeñita - vos vas a salvar a Val, no es cierto?. No que no le va a pasar nada? - agregó inmediatamente.

Esa pregunta se metió en mi como una daga, fue como un rayo que me despertó instantáneamente del estado hipnótico en que me encontraba. Entendí entonces que esa figura todopoderosa que los hijos ven en nosotros debía ser honrada de algún modo.

- Si mi amor - le dije con seguridad - no te preocupes.

Y levanté mi rostro hasta encontrar el de la Señora del Cofre, que seguía esperando una respuesta.

- Vamos! - exclamé con la firmeza que hasta un segundo antes estaba olvidada.

Inmediatamente comencé a caminar hacia el lugar por donde la caravana había desaparecido, rogando a los dioses que no fuera demasiado tarde.

Escrito por Faivel 2:37 a. m.
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jueves, abril 22, 2004

Golbew
 

Terminada la comida matinal, decidimos dar un paseo por la ciudad o, para no ser tan pretenciosos por los alrededores de la posada.

Este sitio era paso obligado de los siete caminos por lo que abundaban mercaderes de todo tipo, algunos permanecían durante largas temporadas, otros solo pasaban unas noches en ella. Y Golbew estaba preparada para recibir a todos, ofrecía muchas y variadas posibilidades de acuerdo a las condiciones del visitante.

No era una gran ciudad pero tenía un considerable tamaño. Estaba cortada al medio como un libro abierto; la costura era un riacho que la atravesaba uniendo dos mitades bien diferentes. A lo largo del hilo de agua, por una orilla, un camino de laja hacía de vereda central y su opuesto, en la otra ribera, era un paso estrecho de tierra apenas alisada. Las construcciones de igual modo se mostraban diferentes, mientras que del lado de la ruta de laja (donde estaba nuestra circunstancial morada) se observaban firmes y con abundancia de piedra pulida que crecían en lujo con el subir de las calles; del otro lado en cambio abundaba la madera y el barro como sostén.

En un extremo del camino duro, lo que se hace llamar la Calle de los Bueyes, casi llegando a la entrada a la ciudad un pequeño pasaje unía ambos mundos.

Teníamos la intención de ir hacia ese lugar, pero nos atrajo una plaza de piedra construida tres calles mas abajo, hacia el centro de la ciudad, llegando a lo que parecía ser el castillo del rey que el flaco Eryor me había descripto la noche anterior. El posadero (amigo de las largas charlas y las infidencias) había contado además que ese día varios festejos iban a hacerse en ese sitio, una suerte de lugar de reunión, con motivo del nacimiento de la hija de la Ninfa, de singular importancia por estos rincones.

Como parte de las celebraciones una gran cena sería brindada esa noche y ya se podían ver algunos de los preparativos. Nos sorprendió una caravana que intempestivamente nos hizo correr a un lado; llevaban provisiones para el evento (o así lo supuse). Habíamos caminado una cuadra y mi pié derecho se vio embadurnado de excremento de buey (ahí descubrí el por qué del nombre de la senda).

Me adelanté un poco con Adaug de la mano y al voltear la cabeza observo que la Señora del Cofre me hace una seña para que me acerque. Di unos pasos y descubrí entre sus piernas a Ilul envuelta en llanto.

Cuando estuve mas cerca comprendí. Quedé por unos instantes paralizado al ver casi al final de la caravana, en una pequeña jaula de madera, a Val con su inconfundible cola de rojos y negros entremezclados. Sus ojos que parecían mas grandes se fijaban en los míos en una muda súplica que me provocaba ardor.

Escrito por Faivel 2:01 a. m.
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martes, abril 20, 2004

La noche en la posada
 

Con el andar torcido que deja la cerveza acumulada y el soporte necesario de las barandas subí los dos pisos que me separaban de la habitación.

La madera del piso, algo vieja y desgastada pero con una llamativa limpieza, devolvía un crujido a cada paso que me avergonzaba por la sensación de que alguien iba a ser molestado. Allí abajo, todavía sentado había dejado al Sr. Eryor después de un casi eterno cruzar de palabras y anécdotas.

Eché mano al dorado picaporte de una puerta cuidadosamente barnizada para entrar al cuarto. Era una habitación agradable, con una cama grande y otra pequeña hechas de madera cruda en las que se observaba claramente el veteado puro de los troncos.
En la cama grande yacían, honrando al sueño con una sonrisa, la Señora del Cofre y las Vírgenes. Con mucho cuidado para no despertarlas tomé a estas últimas en brazos y las mudé de cama; me acosté (en realidad mas que acostarme me dejé caer) con una mezcla de ansiedad y desesperación. La Señora del Cofre hizo un ruido incomprensible y dio media vuelta. No creo haber tardado mucho mas que unos segundos para dormirme tan profundamente como pueda ser imaginado.

La mañana siguiente me hizo descubrir dos teorías que aumentaron el bagaje de mi conocimiento, la primera de ellas es que la cabeza de las personas tiene una bola de considerable tamaño, cuya utilidad desconozco, que bajo los efectos de la cerveza se desprende y, ya sin sostén, se mueve a una velocidad vertiginosa golpeando contra todas las paredes que la rodean. La segunda, vinculada a la primera, es que esa bola tiene una cola que llega hasta la boca del estómago, esta recibe una transmisión de movimiento ondular que provoca irritabilidad en todo el trayecto (o acidez).

Abrí un ojo sin ganas (supe entonces que la luz aumenta el movimiento detallado) y felizmente descubrí que todos seguían durmiendo, de modo que lo cerré inmediatamente.

Un rato después, por decisión de las Vírgenes estábamos sentados abajo comenzando el día. La Señora del Cofre y las Vírgenes con un tazón de leche humeante frente a si (Ilul como de costumbre dio mas vueltas de lo que tomó) y yo con un gigante café sanador muy oscuro que había enviado Inth Eryor especialmente (mas conocedor de estos amaneceres complicados).

Un nuevo día comenzaba.

Escrito por Faivel 1:03 a. m.
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viernes, abril 16, 2004

Cuando el sol se acobardó...
 

Mucho conversé con el delgado posadero entre los sordos golpes que nuestros vasos daban tras cada brindis, sin embargo una historia me atrapó por su actualidad y especialmente porque se relacionaba con el temido Hegóh.

Tiempo atrás, éste personaje había cedido a los encantos de una mágica Ninfa. En ese instante, como deteniendo el tiempo de los pesares, un pequeño ser comenzó a florecer en las entrañas de la encantadora figura mítica.

Hoy, en las tierras donde la nieve ya se ha terminado de esconder, un moderno pesebre hecho con doradas hebras de plantas desconocidas estaba preparado para recibir a su cálido inquilino, tan esperado por cierto.

La Ninfa se va quedando sin voz en un conjunto de alaridos que en lugar de aturdir se transforman en cantos de bienvenida a la vida. Sigilosamente, como queriendo degustar su nuevo mundo de a poco, Ninn comienza a ofrecer su rosado rostro. Con su cabello húmedo y oscuro abandona el confortable lugar en el que se encontraba para dar un grito de tal magnitud que nadie ya, pudo ignorar su presencia.

Hegóh derramaba lágrimas escondido en un rincón; su punto débil, su flaqueza mayor, había llegado portando la esperanza en sus manos y esto solo podía causarle...Felicidad.

Su aparición tuvo un brillo tal que convocó a la noche inmediatamente, imagino al sol apesadumbrado y avergonzado por ello. Extraña noche.... Sin lunas, sin estrellas, con la luz de la pequeña ninfa engañando a un cielo color púrpura y haciendo día con su propia fuerza.

No hubo horizonte este día; semejante extrañeza, según relatan las historias ocultas, significa que el porvenir del nuevo ser será infinito.

En ese paraíso encantado el silencio era el elemento dominante, solo su voz, su estruendosa y dulce voz, retumbaba en cada uno de los corazones.

Bienvenida Nina!.

Escrito por Faivel 12:05 a. m.
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miércoles, abril 14, 2004

La posada
 

Un techo a dos aguas de color oscuro con una chimenea humeante en una esquina, paredes de piedra de distintos tonos y colores, tres pisos, según se podría adivinar por las ventanas y varios cuartos en ellos. Un letrero de madera vieja con un grabado algo ilegible que rezaba "La casa de (no se entiende el resto)" colgaba un metro antes de una pesada puerta que ensordecía con su rechinar.

Entramos con ímpetu y en ese momento la Señora del Cofre chocó con una figura desgarbada que abandonaba el lugar, sin darse vuelta siquiera, este ser siguió su camino sin decir palabra, con la cabeza gacha que por cierto estaba encapuchada.

Nos ubicamos en una mesa de las diez que habría (sólo dos de ellas desocupadas) y le hicimos un gesto a una joven de figura redondeada con un trapo anudado en su cintura que daba señales de ser quien atendía el lugar.

Se acercó con dos jarras, una de vino y otra de agua; rechazamos la primera y nos quedamos con esta última que se veía fresca y tentadora para calmar la polvorienta sed que traíamos. Además la Señora del Cofre y yo, le pedimos sendos jarros de cerveza, que ya ni recordábamos a que sabía. La mujer miró extrañada a la Señora del Cofre, supongo que no es común en estos lugares que las mujeres tomen estas bebidas.

Nos trajo cuatro raciones de la comida del día (no había opción) una especie de guiso de carne asada y papas con algunas hierbas servidos abundantemente en unos platos abollados de lata. Los devoramos en un santiamén (no los platos, la comida que había en ellos), afortunadamente para mí, el apetito de las vírgenes no es tan grande, de modo que me encargué del final de sus porciones mas por gula que por hambre.

Mientras atendíamos a unas frutas de las que había en el centro de la mesa (esto no era muy tentador, se relacionaba con nuestra comida habitual) observé a un hombre que se encontraba apenas apoyado en una banqueta cerca de la puerta.

Parecía ser el dueño del lugar, ya que cada tanto llamaba a la mujer que nos había atendido para darle alguna indicación, además era quien se refugiaba en la cocina de a ratos, supongo que para servir los platos de comida mientras la joven daba la bienvenida a los visitantes con la bebida. Era un hombre flaco, alto con barba entrecana de varios días, ojos saltones que se iban brillosos detrás de la figura de la muchacha toda vez que ésta se alejaba, mientras le caía una imaginario hilo de baba desde la comisura de sus labios.

Al descubrir que lo observaba se acercó a nuestra mesa. Esta situación, para nada me incomodó ya que debía conversar con él respecto de la morada de esta noche.

La imagen que ofrecía su aspecto se desdibujó con las primeras palabras, era un tipo bonachón, afable y simpático con un gran sentido del humor. Se sentó con nosotros en la mesa y comenzamos una fluida charla mientras la Señora del Cofre y las Vírgenes iban para la habitación rentada.

Un par de cervezas mas, invitación del lugar, nos hacían compañía, su nombre, me hizo entender por fin la leyenda del letrero de la entrada. Era "La Casa de Inth Eryor".

Escrito por Faivel 3:40 p. m.
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martes, abril 13, 2004

La ciudad
 

El camino hacia la Montaña de la Desesperanza continúa desandándose sin pausa. Divisamos adelante una formación rocosa de variados tonos grisáceos donde la escasa vegetación se asoma tímidamente como si se avergonzara de su presencia. Estamos lejos todavía, pero hay momentos en que una vuelta del camino nos hace creer que podríamos tocarla.

No tan lejos, al menos al alcance del día, se distinguen las murallas de una ciudad. Una ciudad!... Significa una lecho confortable, un plato de comida caliente (o mas de uno), gente.... Hasta ahora hemos marchado solos; soledad que solo se vio interrumpida por seres mágicos, de modo que la presencia de otras especies como nosotros resulta sumamente tentadora.

A medida que nos vamos acercando, distinguimos columnas de humo, comenzamos a escuchar las voces de la ciudad que se esconden en sus ruidos estridentes y sus murmullos, vemos como las murallas van creciendo y, como si fueran un imán apuramos la marcha.

El bosque muestra claros que antes no se veían, descubrimos algunas tierras labradas, árboles cortados, algunas montañas de basura...

Las ciudades de esta zona del bosque se caracterizan por ofrecer sacrificios de animales como acto de fetichismo para ocultar fallas humanas. Naturalmente, es más fácil y más cómodo ofrecer una vida animal que un arrepentimiento sincero. De modo que Val deberá quedarse afuera. Sabemos que el bosque la protegerá y se adaptará fácilmente, no permaneció tanto tiempo con nosotros ni tampoco fue una vida muy doméstica la que desarrolló bajo nuestra tutela como para no hacerlo. La alentamos a que corra, con un dejo de pesar y deseamos fervientemente encontrarla cuando salgamos de esta urbe.

Llegamos a las puertas de la Ciudad con el atardecer pisándonos los talones, las vírgenes abren sus ojos como si quisieran hacer caber todas las novedades en ellos, nunca han visto otro paisaje mas que el bosque y alguna pequeña aldea, como la que les dio abrigo en su nacimiento. Tienen una mezcla de temor y asombro que les hace caminar unos pasos para ver mas de cerca y enseguida volver a refugiarse entre nuestras piernas.

En el camino de entrada, múltiples mercaderes ofrecen sus productos que, con el día terminado, los sentimos malolientes, sin duda consecuencia de acostumbrarnos a comer frutos de su origen, que lo peor que pueden tener es algo de tierra.

Un poco mas adelante observamos un lugar de estancia; el olor de la comida caliente nos lleva como hipnotizados y el deseo de la blanda cama nos empuja a estirar los pasos para tratar de llegar antes.

Escrito por Faivel 1:37 p. m.
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lunes, abril 12, 2004

La Fe
 

El caminar nos brinda alternativamente momentos de bullicio y momentos de silencio. Éstos, envueltos por la música de fondo que ofrecen los animales del bosque, suelen brindar espacios de reflexión. En esos momentos tan "pectivos" (retrospectivos, introspectivos, prospectivos,...) uno se encarga de resolver cosas que en su momento fue postergando, o bien de no resolver nada (pero a sabiendas de...).

Hoy, mientras mis cansados pies levantaban un poco mas polvo que lo normal, la Fe, como elemento en cuestión a ser pectivado se acercó a mí. No puedo decir que he sacado conclusiones interesantes, en realidad no puedo decir que he sacado conclusiones...

La fe, la entiendo como la certeza interna que alguien tiene sobre la verdad de un hecho o de una circunstancia que no puede o no quiere validar de otra forma. Ella, por tanto, asume ignorancia y la acepta ofreciéndole este remedio paliativo. Teniendo en cuenta lo inabarcable del conocimiento, todos los seres, de un modo u otro tenemos fe.

A pesar de que este placebo es tan importante para seguir caminando, hay quien selecciona el tipo de fe que es aceptable y el que no. Algunos desmerecen cierta fe por sentirse más inteligentes que quienes la profesan, otros se encarnizan con rituales (que más bien son herencias culturales) para denostarla.

He caminado largamente por este bosque, y distintas tribus han mostrado diferentes modos de vivir su fe, algunos creen en un dios, otros en decenas, algunos en enviados, otros en profetas... Pero en todos ellos como una hija invariable de esa fe, se acuna la esperanza. Una esperanza de existencia prolongada que permita sobrellevar la ausencia de seres amados o que nos deje llegar a un final con una cuota de suspenso, con ganas de creer en un mañana.

Yo, poseo un conjunto de creencias heredadas, hablan de un Dios y una Iglesia (por cierto bastante defectuosa), quisiera creer en la reencarnación (el transitar de esta vida me resulta sumamente atractivo) pero he recibido otra tradición. Que puede ser falsa?. Sí, es cierto, todas esas creencias pueden serlo. Pero se materialice como se materialice yo sigo creyendo en la existencia de un mañana.

Todos los días veo el brillo de los ojos de las vírgenes y sé que su historia no terminará en el estómago de los gusanos. Mi camino y el de ellas está unido para siempre desde el día en que cabían en mi antebrazo y allí se dormían.

Y ese siempre no se termina.

Esa es mi FE.

Escrito por Faivel 1:55 p. m.
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viernes, abril 09, 2004

Volver al camino
 

El amanecer fue mas luminoso este día. Son-ny se hamacaba entre los pimpollos dorados de la rosa negra y los cabellos de las Vírgenes, provocando una explosión de colores que pintaban un brillante arco iris.

Pero la claridad ya reinante nos decía que teníamos que continuar la marcha. Llevábamos en nuestras alforjas unos pétalos y la promesa depositarlos en los Jardines de Lela cuando se abrieran a nuestro paso. Quizás, como si fuera un anticipo del esperado regreso de la flor a su hogar.

En el fondo creí ver un deseo de la Rosa Negra de acompañarnos, pero ambos sabíamos que el nuestro no era su camino ni este tiempo el suyo, de un modo u otro ella emprendería su marcha cuando la riqueza de la vieja tierra volviera a serle favorable.

La despedida del lugar fue adornada con lágrimas, esas que no golpean con la tristeza sino que acarician con la promesa del reencuentro.

Abrí los ojos fuertemente e intenté mantenerlos así por un rato, con el deseo de conservar intacto el recuerdo de ese mar y de esos seres que nos habían cobijado. Después de todo uno a veces tiene la sensación que la vida es un parpadeo y lo que hace la diferencia es la cantidad de imágenes que podemos recibir antes que las pupilas se apaguen definitivamente.

Marchamos con firmeza, el espíritu se había renovado en esperanza después de la desazón de sentir el camino truncado. Al fondo observamos las imponentes montañas que nos marcan el rumbo; el camino será largo pero cuando uno sabe adonde va solo siente que cada paso es un poco menos.

Miro a mi lado y siento que la vida me sonríe, acompañado por la Señora del Cofre y las Vírgenes, he de creer que la felicidad revuela como un hada bendiciéndome a cada paso.

Val, ignorando al mundo, corre furiosamente adelante.

Escrito por Faivel 3:17 a. m.
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martes, abril 06, 2004

La Flor del retorno añorado
 

Aquella voz, desde la incertidumbre de saberla real o soñada, había resultado seductora; pero la imagen que tenía en este momento ante mí, embelesaba.

Largo tiempo pasé conversando con esa criatura, su belleza de rosa negra se erguía sobre un ser multicolor con tres pimpollos dorados. Ofrecían en conjunto la ternura de las lágrimas, como una llovizna de verano que nos tienta a empaparnos paulatinamente.

A pesar de su dulce arrullo, no se la veía feliz, estaba atada a un suelo que no amaba, sentía que los minerales que la nutrían no eran los suyos y que el agua que corría entre sus raíces la dejaba insatisfecha.

La soledad, habrá sido quizás la causante de la catarata de palabras que derramó sobre mí. Me contó de su destierro, de las carencias angustiosas del pasado y de la opulencia solitaria del presente. Me habló de la aridez de un suelo que yo conocía pero que mis ojos no habían podido ver tan claramente como sus palabras mostraban.

La tristeza con que describía su nueva tierra se transformaba en pasión cuando recordaba los Jardines de Lela. Ese lugar donde había desplegado sus negros pétalos por primera vez, donde era acariciada con la ternura de la pertenencia, allí donde los dorados rizos de Belu, su brote mas brillante, habían comenzado a florecer.

Hacía un rato que las vírgenes se habían acercado, primero tímidamente luego ya acomodadas como si siempre hubieran pertenecido al lugar, se sumergieron en un intercambio de encantos con los retoños de la cautivante flor.

La Señora del cofre había ocupado el asiento principal y yo a este punto me había resignado a observar (sabido es que cuando dos especies del género femenino desarrollan una larga conversación, poco espacio queda para el resto). Las palabras corrían de un lado a otro con la misma agilidad que mostraban los juegos de las vírgenes con los dorados seres.

El mágico encuentro había logrado por un rato hacerme olvidar de la muralla de agua que tenía delante y todavía no sabía como habría de ser sorteada, este simple recuerdo me devolvió la incertidumbre; mi mirada perdida cayó sobre ella que la reflejó con una cálida comprensión.

La Flor del retorno añorado, nos dijo que había una vía de escape a esa encrucijada, pero que ella no la conocía. Nos contó que otros caminantes, alguna vez, habían mencionado a un personaje misterioso que solía ofrecer respuestas, cuya morada se encontraba enclavada en la montaña de la desesperanza.

El camino hacia éste nuevo rumbo no sería corto, de modo que decidimos permanecer con nuestros amables anfitriones viendo como el negro avanzaba impiadosamente sobre el púrpura de un día en retirada que se hundía en el mar.

Escrito por Faivel 11:25 p. m.
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lunes, abril 05, 2004

La barrera
 

Quisiéramos que el camino fuera recto, sencillo, descansado, pero no lo es.

Hace ya un rato que llegamos a un paisaje paradisíaco. Como habíamos empezado a sospechar con la paulatina transformación de los tonos de la vegetación el agua estaba cerca.

Se presentó ante nosotros en forma de un majestuoso mar. Las aguas que acarician la barrosa playa y se extienden hasta el horizonte alternan transparentes límpidos con azules brillantes salpicados de sol.

En el horizonte se dejan ver unas nubes agolpadas que bien podrían ser montañas jugando al escondite, y en el centro, como el dedo de un dios, un finísimo halo de luz desciende a contemplar su reflejo.

Se ve una barcaza pequeña, casi imperceptible acercándose al rayo de luz como si quisiera bañarse en él, y creo adivinar en su interior a la sacerdotisa de la luna que será un mojón en el camino que habremos de transitar en el futuro de nuestra marcha.

El encantador espectáculo, sin embargo, tiene otro mensaje. Estamos ante un obstáculo que no sé como hemos de franquear.

Esa paz que el derredor transmitía, poco a poco comienza a retroceder y su lugar es ocupado por la impotencia y la frustración. Cuando la desesperanza quiere apoderarse del eco la mejor respuesta suele ser la quietud y a través de ella buscar refugio en nuestro interior para encontrar respuestas.

No quiero transmitirles esto a las Vírgenes ni a la Señora del cofre que merecen su momento de paz; el incesante caminar les quita el regocijo del ambiente y bueno es honrar a nuestro silencioso acompañante.

Me dejo caer en la blanda tierra mientras observo como las Vírgenes hacen graciosas figuras con el barro de la orilla contaminándose todo el cuerpo de la pureza de la arcilla y mas allá la Señora del cofre se entretiene con las piruetas de Val.

Temo haberme quedado dormido, siento que me arrulla una voz suave, cálida. Giro lentamente mi cabeza como prestándole oído al terreno y descubro a mi lado al ser que eleva ese canto que me hace compañía...

Escrito por Faivel 4:25 a. m.
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