martes, mayo 17, 2005

El Hombre de la Guerra
 

Un pequeño riacho le servía de improvisado baño, el torso desnudo y húmedo mostraba tantas cicatrices que difícilmente podría descubrirse un espacio de piel sana mas grande que la palma de una mano. Mal cosidas formaban en conjunto el dibujo garabateado de un niño.

Me acerqué cautelosamente, un hombre de guerra puede del mismo modo tener un honor erguido como un pino bien alto o haberlo perdido para siempre en la punta de otra espada, peor aún en la suya propia.

Compartimos parte del pan y el vino que habíamos traído de Golbew en un almuerzo tardío que no iba a terminar y conversamos largamente mientras el pecho se le iba encendiendo como si fuera una brasa sometida a la suave brisa de los recuerdos. Las Vírgenes, poco interesadas, se entretenían corriendo a unos conejos que habían hecho su madriguera a la vera del río junto a la niña de ojos tristes que aún cuando parecía divertirse, no cambiaba la expresión melancólica de su rostro.

El hombre se mostraba contento con nuestro encuentro, uno cree que esta gente tan acostumbrada a caminar por suelos áridos, en donde lo único que florecen son cadáveres, desea la soledad; pero ahí estaba, alegre, inundando su garganta de vino y dándole vida nueva a sus secos ojos grises.

Hablamos de caminos con un caminante y aunque hubiéramos seguido diferentes rutas teníamos un mismo idioma, sabíamos de decepciones, de alegrías, de victorias y de derrotas por más que las de él tuvieran sangre y las nuestras no. Hicimos el fuego cuando la oscuridad se empezó a asomar y cenamos juntos unos pescados frescos que había sacado nuestro eventual compañero esa mañana temprano.

- Uds. son el sueño del mundo - afirmó con la seguridad del que ha extraviado las dudas en su historia - quien ha andado sólo más tiempo del deseado sabe que el camino a transitar es el de la familia.

La voz se le hacía cada vez mas ronca con el vino mientras continuaba su relato señalando a las vírgenes recién dormidas.

- Ellas serán lo que Uds. puedan darles, y no hablo de cosas materiales, hablo de enseñarles a caminar y a detenerse cuando otro deba pasar.

Y así nos dormimos esa noche, con el vino acumulado en el cuerpo y las palabras del hombre de piel dura y corazón tierno todavía sonando en nuestros oídos.

Escrito por Faivel 1:39 a. m.
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miércoles, mayo 11, 2005

Otros Caminantes
 

Aquella visión, al igual que la tarde anterior, fue y volvió entre mis pensamientos durante todo el día, como si, de alguna forma, la mujer de agua, me hubiese salpicado con su frescura con un líquido que, al igual que las lágrimas, aunque sequen siempre dejan una profunda huella. Tampoco ayudó un camino en el que los paisajes se repetían constantemente y, si bien no dejaban de ser agradables, se habían hecho costumbre. Cuando la tarde comenzó a hacerse angosta, empezamos a buscar un lugar en donde acampar y descubrimos a otros caminantes, probablemente los mismos de noches atrás, que hacían una fogata cerca nuestro.

Me llamó la atención ver a la Jardinera de Palacio en el pequeño grupo de tres personas que se encontraban alrededor del fuego. No ocurrió lo mismo con la Señora del Cofre, que no mostró sorpresa en lo absoluto, recordé entonces aquella charla, a la que no había tenido acceso y que me ponía en desventaja con respecto a mi mujer.

Peka misma fue quien se acercó para ofrecernos compartir el fuego y, aunque Adaug se mostró un tanto temerosa mostrando rastros de la, ya lejana, tarde de furia, aceptamos la invitación (en mi caso, tentado por el exquisito olor a carne asada que empezaba a sentirse).

Junto a la Jardinera, se encontraba una niña con ojos tristes, de los que se desprendía un manto de pequeñas manchas amarronadas que tapaba la diminuta nariz y llegaba hasta el labio superior de una boca que mostraba la misma tristeza de los ojos. Resultó llamativo que junto a esas dos, aparentemente endebles, figuras se encontrara un hombre de la guerra.

Su presencia intimaba y, de no haber sido por la Jardinera, nos hubiéramos marchado inmediatamente. No obstante ello, cuando los restos de comida se juntaban con el pan que habíamos traído de Golbew y la breve charla se deshacía en bostezos, decidimos apartarnos un poco para pasar la noche en soledad.

La Señora del Cofre me dijo que se quedaría conversando con Peka unos minutos más, y así estaban todavía, cuando el sueño me devoró un par de horas más tarde.

Escrito por Faivel 1:14 a. m.
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lunes, mayo 02, 2005

Una visión en el río
 

El cansancio habría sido mucho porque los cuatro amanecimos ya entrada la mañana; en ese momento, el sol pegaba de lleno sobre el arroyo provocando que un montón de montañitas de luz navegaran sin rumbo.

Cuando uno se queda mirando el agua brillante por un buen rato, comienza a ver cómo, puntos inconexos se van agrupando y crean figuras un tanto borrosas que no dejan de mutar a cada instante. Buscar la imagen anterior, no tiene sentido, como las nubes azotadas por los vientos, se desprenden y se regalan a un nuevo dueño.

Sin embargo, había una figura que permanecía inmóvil en la otra orilla del estanque. No se la veía claramente, ya que el chorro de agua de la pequeña catarata, mezclaba sus hilos de plata con las transparencias del cuerpo de aquella y si no fuera por la morena cabellera de la criatura, nadie podría notar la diferencia.

Pasé mis manos por los ojos para poder apreciarla mejor y fue en ese instante cuando un sonido de arrullo, similar al que hace una piedra al caer en el agua profunda, comenzó a escucharse. Hasta ese momento, ni las Vírgenes, ni la Señora del Cofre, habían prestado atención a mi imagen. Ellas, se encontraban preparando el almuerzo y jugando un poco con el agua de la orilla.

Recordé a los caminantes de la noche anterior, pero ya no estaban allí, apenas una fogata apagada, todavía humeante, mostraba los restos de su campamento.

Cuando el sol dejó de confundirse con el agua y empezó a descargar sus rayos en forma recta, vi claramente a la mujer del agua, pero fue por pocos segundos, ya que instantes después se zambulló para desaparecer por el resto del día.

Nosotros, una vez que terminamos de almorzar, continuamos la marcha por la orilla del riacho tal y como nos había indicado Mirzam.

En ningún momento pude dejar de pensar en la extraña y deliciosa figura matinal.

Esa noche, Ilul se acercó a mí, minutos antes de dormirse y, mientras, apoyaba su cabeza contra mi pecho, me preguntó.

- Quién era esa señora, papi -
- No lo sé, hija, no lo sé, pero estimo que pronto nos vamos a enterar - le dije, mientras sus ojitos comenzaban a cerrarse

Y así, nos dormimos, con su cabeza apoyada ahora en mi hombro y mi barbilla moviéndose lentamente para acariciarla.

Escrito por Faivel 11:09 p. m.
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