lunes, febrero 28, 2005

Una Lágrima
 

Una lágrima, es mucho más que el llanto o la risa, que el dolor o la alegría o la impotencia.

Es un océano de sentimiento comprimido; el perfume de una emoción envasado en esencia; es abrazar con una caricia; es el prólogo de un libro, o su desenlace; las últimas imágenes de un naufragio y el primer rayo de sol de una mañana que se quiere empezar; es todo el silencio que cabe dentro de una gota; es una casualidad oportuna; es sentir que leer es escuchar y que escribir es decir; es adivinar una sonrisa detrás de una mueca; es un beso en los párpados; es envejecer pensando en el futuro y envejecer aún más recordando el pasado; es nacer y dejar morir; es deshacerse, como muestra de humanidad; y por último es querer decir mucho más de lo que uno puede.

Por eso les regalo una lágrima, que salió así, sin pedir permiso a Laura, a Florencia, a Marcela y a Fabio sabiendo que hay muchos más (Bibi, Oscar), que parecen tener los mismos nombres de ellos.

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En realidad tendría que haber contado de las siete horas y pico que estuve con Sherita y el Orugo, pero me pareció que iba a ser muy obvio. Sólo decir que fue uno de esos momentos en los que quisiera que el tiempo fuera circular para que se repita una y otra vez. De todos modos, la lágrima apareció casi imaginariamente al revivir esos momentos y ponerlos junto a aquellos otros en una vieja caja forrada, guardada en lo alto de la memoria donde se depositan las cosas más preciadas.

Escrito por Faivel 12:51 a. m.
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sábado, febrero 26, 2005

Esta Noche
 

Cuando el cielo empiece a combinar púrpuras con dorados y celestes con rosados transformando la ciudad en una fantasía de Ciruelo.

Cortazar besará a Pizarnik y cambiará su andar cronopio por una cena bajo la luz de las velas propia de los famas, mientras que ella encontrará un camino en el que la poesía ya no será el sonido gutural de un árbol hueco y triste, sino el más fiel reflejo de un amor en una casa de espejos.

Maribel, hará lo imposible por no dormirse para escuchar a Miguelito cantándole "Muchacha, ojos de papel" a Mafalda.

El Chavo, saldrá desde un barril que siempre estuvo a nuestro lado y nos invitará a gritar los goles del Chanfle junto a Cantinflas desde El Muro de Pink Floyd.

Las palabras, que serán muchas, resultarán escasas para tanto por decir y las bocas serán demasiado pequeñas para poder cobijar la catarata de sonrisas que, no se me ocurre cuando puedan terminar.

Esta noche, mi puerta se abrirá, y Él y Ella, entrarán a una casa que siempre los estuvo esperando.

Y será, sin dudas, uno de esos momentos que vale la pena guardar en el rincón mimado de la memoria.

Escrito por Faivel 3:36 p. m.
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miércoles, febrero 23, 2005

Un Tipo Especial
 

El primer vuelo de Air Brujas estaba por partir y los zapallos en almíbar de Cenicienta se vencían indefectiblemente con la última campanada de las doce. Una nueva noche, se dormía en Blogolandia entre sábanas de disfraces y guiños de luciérnagas en el monitor (en realidad me parece que me estaba quedando dormido).

Él, abandonó sus calzas anaranjadas y la brillante capa amarilla que lo vestían como ciudadano común y se escondió detrás de un par de anteojos redondos para no ser reconocido o, siendo más sincero, para reconocer a alguien, ya que sin ellos no veía ni su propia cara en un espejo (hay quienes esto lo considerarían un superpoder).

Creyendo su identidad suficientemente oculta, quiso emprender vuelo cuando alguien le recomendó que vistiera el resto de su cuerpo, no era un espectáculo demasiado agradable verlo desnudo aún cuando Daniela insistiera infructuosamente en gritar lo contrario.

Haciendo caso a las recomendaciones, se vistió con un blanco y peludo tapado de piel que hacía juego con sus zapatillas Topper; entonces sí, levantó las manos para volar. En ese instante, notó que había olvidado ponerse desodorante. Para su disgusto, la bolilla estaba seca, pero astutamente tomó el Efficient y lo descargó repetidamente debajo de sus brazos.

Ahora sí, tomó carrera y... se sentó en la computadora, molesto con sus desventuras nocturnas; será por eso que, de una patada involuntaria, desenchufó todo o quizás fuera la comezón que empezaba a tornarse insoportable.

Al apoyar nuevamente sus manos en el teclado, todo pesar había sido olvidado y un derroche de sensibilidad inusual empezó a invadir el mundo cibernético.

Cuando uno mira a la pantalla, como si se asomara en la ventana de la casa un vecino para saludarlo, descubre vidrios empañados a través de los cuales intenta averiguar la verdadera imagen del dueño de casa; muchas veces esas aproximaciones o garabatos, que se forman dibujando con un dedo en el vapor del cristal, tienen que ver con la realidad, en otras sólo alcanzamos a distinguir la parte que quiere ser mostrada y en ocasiones ni siquiera podemos imaginarlas.

Corsi, siempre tiene las ventanas abiertas, como si quisiera compartir el mismo aire del que le pasa al lado y no hace falta adivinarlo. Será la franqueza, el cariño que regala sin mirar cuánto viene del otro lado o su forma impecable de hacer sentir un abrazo cuando lo expresa. Será eso lo que lo hace un tipo especial, tan especial que uno desearía que así, fuera lo común.

El Mundo de Corsicarsa se toma un descanso porque las charlas con su Guada merecen mucho más ser vividas que contadas y a mí me parece bien... aunque lo vaya a extrañar.

Escrito por Faivel 1:04 a. m.
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viernes, febrero 18, 2005

El Pueblo
 

No sé si ya había aprendido a hablar cuando gateaba sobre el mantel cuadriculado de hule que mi abuela tenía en su tierra de siempre.

Ese pueblo, al que llegó un día mi abuelo por cuestiones de trabajo y se quedó bajo los encantos de una india que lo hizo envejecer a su lado, vio nacer a mis padres que, como tantos otros emigraron con su diploma de secundario para ya no volver mas que de visita.

Bajo mis ojos de niño era un paraíso, allí llegaba yo muchos diciembres que se hacían largos hasta febrero para vivir un montón de cosas soñadas que no tenía en la gran ciudad, quizás de tan sencillas que eran.

Es cierto que estar bajo el amparo de abuelos protectores suele ser muy diferente (y notablemente ventajoso) que escuchar a padres educadores, o que la vida de verano es de por sí atractiva a falta de maestras que pregunten la lección, pero no creo que fuera el único motivo de mi amor por el pueblo, o por lo menos no para mi memoria.

Las calles, algunas asfaltadas, otras de tierra, eran lugares por los que se podía caminar pateando latas. Cualquier terreno abandonado se convertía inmediatamente en una cancha de fútbol que se llenaba de pibes, los equipos eran de la cantidad de gente que hubiera y nadie sabía cuando terminaba el partido. Salir con la bici para ir a jugar a la mancha en la plaza, hasta que una caída hiciera sangrar una rodilla, no requería permiso especial y nunca faltaba la invitación a algún campo donde se pudiera andar a caballo.

Lo mejor, sin dudas, era saltar inconcientemente de techo en techo, aunque supongo que eso también podría haberlo hecho en mi ciudad y tal vez me faltaban cómplices.

Extrañamente, o no, la adolescencia me hizo cambiar, el pueblo que me había enamorado, me engañó de golpe y, despechado, comencé a tomarle una cierta bronca.

Supongo que todos habremos tenido la culpa. A mí, se me habrá pegado algo de la soberbia porteña y los adolescentes del pueblo se contagiaron la enfermedad tan común por esos lugares que los llena de intolerancia y agresividad gratuita para quien viene de la Capital.

Mientras caminaba por el final de la adolescencia y comenzaba a recorrer mis dorados años "veinti", el pueblo y yo, seguíamos separados de hecho pero, aún cuando los motivos anteriores subsistieran, ya no eran el problema más importante. Supongo que en esa época, lo que nos tenía distanciados era la falta de opciones que él me daba; un cine (o dos), un boliche para ir a bailar (si abría uno nuevo, cerraba el anterior), un par de pubs e, irremediablemente, la misma gente en todos lados. Conquistar a una mujer, o intentarlo, era quitársela a otro seguramente conocido y no transformarse en el "novio" después de la conquista, casi un agravio para buena parte del género femenino del lugar.

Todo eso, para quien venía del abanico de alternativas que suelen ofrecer las grandes urbes, era, cuanto menos, aburrido.

Hoy, sin las necesidades de aquellos años y despreocupado absolutamente de los pareceres ajenos, vuelvo a ver al pueblo con mis ojos avejentados, calmos, y si no tuviera tantas cadenas que me atan a la ciudad donde vivo, creo que podría enamorarme perdidamente de él, para recorrerlo y habitarlo como en aquellos veranos de chico.

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Este relato, que inicialmente iba a ser un comment, fue inspirado en el post de Shered El sitio de donde somos...

Escrito por Faivel 2:45 a. m.
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sábado, febrero 12, 2005

Encuentros Cercanos
 

Una extraña mezcla de José Sacristán y Hugo Varela estaba sentado frente a mí. Nuestro pasado común, si es que lo había, descansaba en innumerables charlas de messenger que guardaban en la memoria algún desencuentro, varias discusiones y la sensación permanente de que del otro lado se encontraba un joven soñador envejecido que un día decidió contar sus pesadillas generando a la vista de todos una imagen que no se compadecía con lo que podía espiarse detrás de las palabras.

No quise ignorar aquella imagen, pero después de una conversación telefónica, decidí no arriesgar a mis hijas a un encuentro que podía ser oscuro, triste y potencialmente aburrido para ellas, en vistas de que su pibe y su humor no iban a estar.

Creo que fue una sabia decisión, aunque no haya sido acertada, pero no nos adelantemos, vayamos al principio.

Soné el timbre de la puerta varias veces sin recibir respuesta alguna, como es mi costumbre se había pasado la hora prometida y hasta imaginé que podía no estar, después de todo en aquella conversación telefónica previa, con esa manía de ladrar a lo lejos que tiene, no se había mostrado demasiado ansioso por el encuentro. Cansado del timbre, di tres golpes a la puerta e inmediatamente se escucharon unos pasos y un huracán que se arrastró por el piso hasta terminar al pie de la ventana espiando. El padre y el hijo me abrían las puertas de mucho más que una casa.

No sé cuánto tiempo tardé en sentirme a gusto pero no debe haber sido mucho, porque no recuerdo ni un instante de incomodidad. El mate iba y venía como las palabras, mientras un plato con bizcochitos de grasa se raleaba.

Yo propuse pedir pizza y Manuel sonrió contento, Fabio ofreció ir a comer choripanes y el enano le dio la derecha. "Es un Morasso" dijo el papá orgulloso. No crean que los choris eran gran cosa (él dice que sí) pero cuando volvíamos se produjo la mejor imagen de este primer encuentro: Manuel, Fabio y yo caminando abrazados volvimos para la casa. Aún ahora lo recuerdo y la sensación fue la de ser una familia (yo vendría a ser una especie de tío).

Hablamos de todo, o de mucho, pero lo hablado es infinitamente menos importante que haberlo hecho.

Imaginé el encuentro de muchas formas diferentes, pero en varias de ellas, esperaba encontrar a un tipo vencido, tan sin esperanza como sus textos dicen, no fue así. Fabio relató, como tantas veces, sus desventuras y sus infortunios (sólo en lo que refiere a lo económico), pero al mismo tiempo me contó de proyectos latentes que han generado algún tipo de luz, aunque sienta que no es más que la llama de una vela en medio de la tormenta.

Creo que él, en parte, es eso, un jinete tirado al piso por el caballo, que insulta mientras se prepara para volver a subir, aún cuando piense que será volteado nuevamente.

Tendría tanto que decir del padre y del hijo, de sus encuentros y diferencias, de sus transparencias y franquezas, de sus bienes y sus mejores, de sus sonrisas y sus miradas, de sus palabras y silencios... y de mí, entre tanta algarabía interna. Pero creo que basta con expresar que no imagino haberla pasado mejor.

Hubo un segundo encuentro, ya con mi familia, con Ati y Nacho, pero lo dejo para el próximo post.

Escrito por Faivel 1:49 a. m.
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