lunes, marzo 29, 2004

La vara
 

Era una noche oscura, una de esas capaces de acobardar a la princesa morena que aun no aparecía. Una de esas noches que parecen eternas, como si la llegada de la luz no fuera a modificarlas nunca

En el reino de aquellas noches omnipresentes, la Señora del cofre no ocupaba su lugar, era tan solo una deseo, un sueño sin rostro.

Como en todos los tiempos oscuros éste acunaba criaturas del mismo tono, extrañas, misteriosas y que no dejaban traslucir signos de bondad. Recuerdo haber visto... o quizás haber imaginado… en esa oscuridad de la que hablo se mezclan perversamente sueños desencantados y realidades atemorizantes.

Pero mi memoria retiene visiones: La de una especie de monje, de túnica bordó que con fuerza omnipotente empujaba el aire nauseabundo que me oprimía y ensuciaba; a su alrededor tres aves carroñeras revoloteaban en una danza fúnebre. Aparecían y desaparecían las cuatro figuras tenebrosas y regalaban tortura impregnando el aire con el fantasma de su regreso.

A mi alrededor las olas golpeaban repetidamente sobre las rocas, provocando un gemido tan triste como lo era todo bajo la noche.

Mis días de caminante habían empezado hacía tiempo, sin embargo no era momento de caminar. Acurrucado, solo sentía el placer de degustar mis pesares

De repente, un pequeño hilo de luz se deslizó sigilosamente hasta mis pies, no supe de donde provenía y desconozco cómo lo percibí ya que estaba demasiado abrumado por la oscuridad. Ese hilo de luz se elevó hasta mis ojos y me hizo ver que se abría ante mi una alternativa la posibilidad quizás única de aferrarme a él para cruzar la distancia de mis miedos.

Aún cuando nuestra vida se nos presente miserable, inexplicablemente muchas veces tememos salir de ella o enriquecerla.

Lo cierto es que mas por intuición que por otra cosa me abalancé sobre el halo de luz y empecé a transitarlo. Aunque cada tanto temía verlo desaparecer, paso a paso se extendía el horizonte y me permitía nuevamente erguir la cabeza.

No voy a decir que no he volteado la cabeza, sí lo hice, muchas veces y vi siempre la tenebrosa noche alrededor, me sentí por momentos mareado y hasta alguna vez trastabillé y estuve a punto de caer para ser cubierto otra vez de oscuridad, pero de algún modo el sendero de luz me sostenía en él.

Pasó mucho tiempo desde aquel tiempo en que todo era noche. Hoy el luminoso camino se siente estable, seguramente la llegada de la señora del cofre primero y, especialmente las vírgenes después transformaron eso que empezó como un tenue hilo frágil en este confiable camino que hoy andamos.

Sin embargo esos recuerdos me hacen permanecer alerta y se han transformado en la vara oscura de punta luminosa que es mi sostén.

Sigo observando, con la memoria, esas tinieblas. Ya sin temor y cada vez más lejanas, tiemblo de ver en ellas a los seres queridos.

Entonces me deshago en múltiples partes, como una voz en el aire, para acercarles esta vara, para que puedan asirse con fuerza y salgan de la penumbra.

A veces no entienden; a veces no pueden; pero mi vara siempre está.

Para ellos.
Para Ustedes.

Escrito por Faivel 3:24 a. m.
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