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jueves, abril 22, 2004
Golbew
Terminada la comida matinal, decidimos dar un paseo por la ciudad o, para no ser tan pretenciosos por los alrededores de la posada.
Este sitio era paso obligado de los siete caminos por lo que abundaban mercaderes de todo tipo, algunos permanecían durante largas temporadas, otros solo pasaban unas noches en ella. Y Golbew estaba preparada para recibir a todos, ofrecía muchas y variadas posibilidades de acuerdo a las condiciones del visitante. No era una gran ciudad pero tenía un considerable tamaño. Estaba cortada al medio como un libro abierto; la costura era un riacho que la atravesaba uniendo dos mitades bien diferentes. A lo largo del hilo de agua, por una orilla, un camino de laja hacía de vereda central y su opuesto, en la otra ribera, era un paso estrecho de tierra apenas alisada. Las construcciones de igual modo se mostraban diferentes, mientras que del lado de la ruta de laja (donde estaba nuestra circunstancial morada) se observaban firmes y con abundancia de piedra pulida que crecían en lujo con el subir de las calles; del otro lado en cambio abundaba la madera y el barro como sostén. En un extremo del camino duro, lo que se hace llamar la Calle de los Bueyes, casi llegando a la entrada a la ciudad un pequeño pasaje unía ambos mundos. Teníamos la intención de ir hacia ese lugar, pero nos atrajo una plaza de piedra construida tres calles mas abajo, hacia el centro de la ciudad, llegando a lo que parecía ser el castillo del rey que el flaco Eryor me había descripto la noche anterior. El posadero (amigo de las largas charlas y las infidencias) había contado además que ese día varios festejos iban a hacerse en ese sitio, una suerte de lugar de reunión, con motivo del nacimiento de la hija de la Ninfa, de singular importancia por estos rincones. Como parte de las celebraciones una gran cena sería brindada esa noche y ya se podían ver algunos de los preparativos. Nos sorprendió una caravana que intempestivamente nos hizo correr a un lado; llevaban provisiones para el evento (o así lo supuse). Habíamos caminado una cuadra y mi pié derecho se vio embadurnado de excremento de buey (ahí descubrí el por qué del nombre de la senda). Me adelanté un poco con Adaug de la mano y al voltear la cabeza observo que la Señora del Cofre me hace una seña para que me acerque. Di unos pasos y descubrí entre sus piernas a Ilul envuelta en llanto. Cuando estuve mas cerca comprendí. Quedé por unos instantes paralizado al ver casi al final de la caravana, en una pequeña jaula de madera, a Val con su inconfundible cola de rojos y negros entremezclados. Sus ojos que parecían mas grandes se fijaban en los míos en una muda súplica que me provocaba ardor. Escrito por Faivel 2:01 a. m. #
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