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martes, abril 13, 2004
La ciudad
El camino hacia la Montaña de la Desesperanza continúa desandándose sin pausa. Divisamos adelante una formación rocosa de variados tonos grisáceos donde la escasa vegetación se asoma tímidamente como si se avergonzara de su presencia. Estamos lejos todavía, pero hay momentos en que una vuelta del camino nos hace creer que podríamos tocarla.
No tan lejos, al menos al alcance del día, se distinguen las murallas de una ciudad. Una ciudad!... Significa una lecho confortable, un plato de comida caliente (o mas de uno), gente.... Hasta ahora hemos marchado solos; soledad que solo se vio interrumpida por seres mágicos, de modo que la presencia de otras especies como nosotros resulta sumamente tentadora. A medida que nos vamos acercando, distinguimos columnas de humo, comenzamos a escuchar las voces de la ciudad que se esconden en sus ruidos estridentes y sus murmullos, vemos como las murallas van creciendo y, como si fueran un imán apuramos la marcha. El bosque muestra claros que antes no se veían, descubrimos algunas tierras labradas, árboles cortados, algunas montañas de basura... Las ciudades de esta zona del bosque se caracterizan por ofrecer sacrificios de animales como acto de fetichismo para ocultar fallas humanas. Naturalmente, es más fácil y más cómodo ofrecer una vida animal que un arrepentimiento sincero. De modo que Val deberá quedarse afuera. Sabemos que el bosque la protegerá y se adaptará fácilmente, no permaneció tanto tiempo con nosotros ni tampoco fue una vida muy doméstica la que desarrolló bajo nuestra tutela como para no hacerlo. La alentamos a que corra, con un dejo de pesar y deseamos fervientemente encontrarla cuando salgamos de esta urbe. Llegamos a las puertas de la Ciudad con el atardecer pisándonos los talones, las vírgenes abren sus ojos como si quisieran hacer caber todas las novedades en ellos, nunca han visto otro paisaje mas que el bosque y alguna pequeña aldea, como la que les dio abrigo en su nacimiento. Tienen una mezcla de temor y asombro que les hace caminar unos pasos para ver mas de cerca y enseguida volver a refugiarse entre nuestras piernas. En el camino de entrada, múltiples mercaderes ofrecen sus productos que, con el día terminado, los sentimos malolientes, sin duda consecuencia de acostumbrarnos a comer frutos de su origen, que lo peor que pueden tener es algo de tierra. Un poco mas adelante observamos un lugar de estancia; el olor de la comida caliente nos lleva como hipnotizados y el deseo de la blanda cama nos empuja a estirar los pasos para tratar de llegar antes. Escrito por Faivel 1:37 p. m. #
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Faivel...
(y sus encuentros): Desde la primera hasta la última huella del Caminante la rastreas por aquí OTRAS PÁGINAS... DEL MISMO AUTOR
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Grandes cosas de chicos
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