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martes, abril 20, 2004
La noche en la posada
Con el andar torcido que deja la cerveza acumulada y el soporte necesario de las barandas subí los dos pisos que me separaban de la habitación.
La madera del piso, algo vieja y desgastada pero con una llamativa limpieza, devolvía un crujido a cada paso que me avergonzaba por la sensación de que alguien iba a ser molestado. Allí abajo, todavía sentado había dejado al Sr. Eryor después de un casi eterno cruzar de palabras y anécdotas. Eché mano al dorado picaporte de una puerta cuidadosamente barnizada para entrar al cuarto. Era una habitación agradable, con una cama grande y otra pequeña hechas de madera cruda en las que se observaba claramente el veteado puro de los troncos. En la cama grande yacían, honrando al sueño con una sonrisa, la Señora del Cofre y las Vírgenes. Con mucho cuidado para no despertarlas tomé a estas últimas en brazos y las mudé de cama; me acosté (en realidad mas que acostarme me dejé caer) con una mezcla de ansiedad y desesperación. La Señora del Cofre hizo un ruido incomprensible y dio media vuelta. No creo haber tardado mucho mas que unos segundos para dormirme tan profundamente como pueda ser imaginado. La mañana siguiente me hizo descubrir dos teorías que aumentaron el bagaje de mi conocimiento, la primera de ellas es que la cabeza de las personas tiene una bola de considerable tamaño, cuya utilidad desconozco, que bajo los efectos de la cerveza se desprende y, ya sin sostén, se mueve a una velocidad vertiginosa golpeando contra todas las paredes que la rodean. La segunda, vinculada a la primera, es que esa bola tiene una cola que llega hasta la boca del estómago, esta recibe una transmisión de movimiento ondular que provoca irritabilidad en todo el trayecto (o acidez). Abrí un ojo sin ganas (supe entonces que la luz aumenta el movimiento detallado) y felizmente descubrí que todos seguían durmiendo, de modo que lo cerré inmediatamente. Un rato después, por decisión de las Vírgenes estábamos sentados abajo comenzando el día. La Señora del Cofre y las Vírgenes con un tazón de leche humeante frente a si (Ilul como de costumbre dio mas vueltas de lo que tomó) y yo con un gigante café sanador muy oscuro que había enviado Inth Eryor especialmente (mas conocedor de estos amaneceres complicados). Un nuevo día comenzaba. Escrito por Faivel 1:03 a. m. #
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