miércoles, abril 14, 2004

La posada
 

Un techo a dos aguas de color oscuro con una chimenea humeante en una esquina, paredes de piedra de distintos tonos y colores, tres pisos, según se podría adivinar por las ventanas y varios cuartos en ellos. Un letrero de madera vieja con un grabado algo ilegible que rezaba "La casa de (no se entiende el resto)" colgaba un metro antes de una pesada puerta que ensordecía con su rechinar.

Entramos con ímpetu y en ese momento la Señora del Cofre chocó con una figura desgarbada que abandonaba el lugar, sin darse vuelta siquiera, este ser siguió su camino sin decir palabra, con la cabeza gacha que por cierto estaba encapuchada.

Nos ubicamos en una mesa de las diez que habría (sólo dos de ellas desocupadas) y le hicimos un gesto a una joven de figura redondeada con un trapo anudado en su cintura que daba señales de ser quien atendía el lugar.

Se acercó con dos jarras, una de vino y otra de agua; rechazamos la primera y nos quedamos con esta última que se veía fresca y tentadora para calmar la polvorienta sed que traíamos. Además la Señora del Cofre y yo, le pedimos sendos jarros de cerveza, que ya ni recordábamos a que sabía. La mujer miró extrañada a la Señora del Cofre, supongo que no es común en estos lugares que las mujeres tomen estas bebidas.

Nos trajo cuatro raciones de la comida del día (no había opción) una especie de guiso de carne asada y papas con algunas hierbas servidos abundantemente en unos platos abollados de lata. Los devoramos en un santiamén (no los platos, la comida que había en ellos), afortunadamente para mí, el apetito de las vírgenes no es tan grande, de modo que me encargué del final de sus porciones mas por gula que por hambre.

Mientras atendíamos a unas frutas de las que había en el centro de la mesa (esto no era muy tentador, se relacionaba con nuestra comida habitual) observé a un hombre que se encontraba apenas apoyado en una banqueta cerca de la puerta.

Parecía ser el dueño del lugar, ya que cada tanto llamaba a la mujer que nos había atendido para darle alguna indicación, además era quien se refugiaba en la cocina de a ratos, supongo que para servir los platos de comida mientras la joven daba la bienvenida a los visitantes con la bebida. Era un hombre flaco, alto con barba entrecana de varios días, ojos saltones que se iban brillosos detrás de la figura de la muchacha toda vez que ésta se alejaba, mientras le caía una imaginario hilo de baba desde la comisura de sus labios.

Al descubrir que lo observaba se acercó a nuestra mesa. Esta situación, para nada me incomodó ya que debía conversar con él respecto de la morada de esta noche.

La imagen que ofrecía su aspecto se desdibujó con las primeras palabras, era un tipo bonachón, afable y simpático con un gran sentido del humor. Se sentó con nosotros en la mesa y comenzamos una fluida charla mientras la Señora del Cofre y las Vírgenes iban para la habitación rentada.

Un par de cervezas mas, invitación del lugar, nos hacían compañía, su nombre, me hizo entender por fin la leyenda del letrero de la entrada. Era "La Casa de Inth Eryor".

Escrito por Faivel 3:40 p. m.
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