domingo, mayo 16, 2004

Historia de las tribus
 

Mientras caminábamos hacia la plaza central de Golbew y el piso de laja volvía a acariciar nuestros pies, descubrí dos personas conversando acerca de una vieja leyenda que se trasladó de boca en boca y de generación en generación cruzando las fronteras del tiempo como si éste nunca hubiera existido.

Yo conocía esa historia, como una hoja seca en otoño se había deslizado hasta mis pies alguna vez y del mismo modo se había perdido con otras brisas que la alejaron de mi memoria.

En aquel tiempo no existían las ciudades, los pueblos se trasladaban de un lado a otro según su estómago lo ordenara o cuando el frío se presentaba intempestivamente sin ser invitado determinando que el lugar habitado ya no era propicio. Las tribus no tenían líderes formales y el orden, bastante escaso, se fundamentaba en el respeto y el clamor popular. Allí, quien no transitara por las mismas huellas que los otros era apartado del grupo, expulsado.

Había una mujer, cuyas pretensiones eran mucho mas elevadas que sus dones, su soberbia sin embargo no había sido aún objeto de castigo alguno. Sin embargo el recelo hacia ella crecía como una infección incurable.

No se sabe si hubo un hecho particular que fuera desencadenante pero esta joven fue abordada por una cantidad no precisada de seres de distintas edades, que aprovecharon uno de esos momentos en donde la oscuridad se conjuga con el silencio para engendrar terror y resultó abusada de toda forma imaginable, siempre que esa imaginación sea capaz de volar muy alto.

La mañana siguiente no encontró pena en la joven, su rostro mostraba una pequeña sonrisa que se mezclaba entre las profundas ojeras grises que la noche le había dejado. No fue un secreto, la noticia no esperó siquiera que el sol se volviera a esconder para acomodarse en los oídos de todos los integrantes de la tribu. Incluido, claro está, el padre de la mancillada mujer.

La vergüenza de este padre caía pesadamente en su cuello obligándolo a mirar el piso. Con su pena a cuestas, se encontró con el brujo de ojos saltones y cabellos largos y grises que se compadeció del buen hombre y le pidió que lo visitase al alba acompañado por la pequeña de sonrisa latente.

Esa noche se vistió de un negro profundo, una ceguera que solo quebraba el brillo de las lágrimas de un insomne padre que en ese día había transitado mas años de los que hasta aquí podía contar y la sonrisa de una joven que descansaba plácidamente.

La visita del día descubrió, en las afueras del asentamiento tribal, al padre con su hija de la mano viendo como el brujo revolvía un caldero en el que rebosaba una sustancia blanca viscosa con un olor pestilente que espantaba cualquier alegría que quisiese pasar por el lugar, con excepción, claro está, de la sonrisa de la joven. Junto al caldero una jarra con un espeso líquido de color rojo oscuro esperaba su turno.

No hubo explicaciones, sin palabras el brujo tomó a la joven de un brazo y la invitó a sumergirse completamente en la hedionda sustancia; ella, ante la dura mirada de su padre acató sin preguntas y entre arcadas casi epilépticas siguió las sugerencias del brujo. Cuando ya se hubo concretado la inmersión el brujo tomó la jarra de sangre y vertió sobre ella hasta la última gota.

El resultado de la magia no fue el esperado, el vomitivo olor jamás desapareció de su cuerpo y al poco tiempo la joven huyó de la tribu y se ocultó lejos de los lugares donde pueblos se asentaban. En realidad, no estaba sola, en su interior llevaba el producto de aquella noche muda.

Tiempo después, dio a luz a seis seres, tres niños y tres niñas, los cuales tenían su cuerpo cubierto de ese líquido blanco, su hedor y la marca de la sangre. Ante la imposibilidad de poder mezclarse con otros seres se multiplicaron entre ellos generando deformidades indescriptibles, llamativamente su fecundidad era sumamente prolífica y generaron la raza del desprecio, que todavía sigue oculta, que genera vergüenza y causa repulsión.

Los seres de esa raza mancillada, nauseabunda, con sus inmundas túnicas blancas y sus marcas de sangre; que elevan su orgullo desde la ignorancia son llamados...

"LAS GALLINAS PUTAS" (y la reputa madre que los remil parió).

QUE ASCO!!!

Escrito por Faivel 11:53 p. m.
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