viernes, julio 23, 2004

La Cena
 

Como una visión espejada, la misma figura geométrica se repetía en cada espacio palaciego. Los rombos y las cruces se hacían habituales y yo me preguntaba qué significado tendrían.

El Salón de los Escudos repetía el mismo diseño y en el interior cuatro pesadas mesas de madera oscura se alineaban diagonalmente hacia el centro, donde una mesa redonda de madera mas clara mostraba los manjares que pronto serían atacados mas o menos delicadamente.

Éste espacio del palacio contaba historias, hablaba de guerras viejas, de luchas pasadas y sepultadas pero no por ello olvidadas. Sus paredes se vestían de armas ordenadas cronológicamente que llevaban desde un lejano pasado rudimentario hasta presentes de modernos y brillantes instrumentos de guerra.

El orden y el cuidado seguían imperando al igual que en todos los lugares visitados; llegamos al salón acompañados por el guardia y al momento una mujer amablemente nos indicó donde nos debíamos sentar.

El Rey llegó poco después y se acomodó en una de las esquinas, bastante alejado de nosotros. Los platos comenzaron a moverse hacia los comensales en un desfile singular de cortesanos que se movían con agilidad y rapidez.

Observar la carne asada de diferentes animales frente a nosotros y sentir su olor hacían casi empezar a degustarla, pero había que esperar que el Rey diera la orden, lo cual no iba a suceder hasta que todas las mesas estuvieran provistas. La boca ya se había humedecido de deseo cuando el monarca hizo el gesto esperado.

A mitad de la cena, mientras la mesa circular era vaciada de restos y vuelta a llenar con nuevos y exquisitos platos siempre al ritmo que imponía con gestos el Cocinero Yioja, un bardo  recorría las mesas deteniéndose donde hubiera jóvenes mujeres para dedicarles unos versos.

Joven, simpático y algo insolente resultaba muy gracioso para las damas del lugar y ocasionaba algún que otro ceño fruncido en los caballeros que las acompañaban, pero, sin duda, era un atractivo personaje en la velada.

Estaba observando las andanzas de éste músico poeta cuando Ilul, con la poca fortuna  de movimientos que heredó del padre, volteó su copa la que, luego de derramar todo su contenido en la mesa, buscó un camino de astillas en el suelo en compañía de otras dos que siguieron su aventura.

En esos momentos uno suele pensar que todo el mundo está pendiente de la torpeza, de modo que con la cara hirviendo nos pusimos a levantar los vidrios del suelo. La mujer que nos había indicado el lugar donde sentarnos se presentó inmediatamente e impidió que siguiéramos con la tarea, haciéndola suya.

De repente comenzaron a tronar gritos salvajes de una mujer que insultaba al bardo de formas imaginables e impensadas. El muchacho no mostraba ningún interés en calmarla, en cambio le dedicaba nuevos versos irónicos que alimentaban la furia descontrolada de esta mujer.

- Tranquilizate Pía - le decía la señora mayor que tenía a su lado -

Pero ella no tenía ganas de oír y levantaba el tono de su voz como si quisiera que se enterasen desde afuera del castillo.
 Llegó la orden del Rey y Brian, el Toro Poeta, tuvo que retirarse no sin antes dedicarle un último juego de frases que provocaron la disfonía de la intolerante joven que seguía gritándole aunque la voz no le respondiera.

Escrito por Faivel 1:09 a. m.
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