sábado, febrero 12, 2005

Encuentros Cercanos
 

Una extraña mezcla de José Sacristán y Hugo Varela estaba sentado frente a mí. Nuestro pasado común, si es que lo había, descansaba en innumerables charlas de messenger que guardaban en la memoria algún desencuentro, varias discusiones y la sensación permanente de que del otro lado se encontraba un joven soñador envejecido que un día decidió contar sus pesadillas generando a la vista de todos una imagen que no se compadecía con lo que podía espiarse detrás de las palabras.

No quise ignorar aquella imagen, pero después de una conversación telefónica, decidí no arriesgar a mis hijas a un encuentro que podía ser oscuro, triste y potencialmente aburrido para ellas, en vistas de que su pibe y su humor no iban a estar.

Creo que fue una sabia decisión, aunque no haya sido acertada, pero no nos adelantemos, vayamos al principio.

Soné el timbre de la puerta varias veces sin recibir respuesta alguna, como es mi costumbre se había pasado la hora prometida y hasta imaginé que podía no estar, después de todo en aquella conversación telefónica previa, con esa manía de ladrar a lo lejos que tiene, no se había mostrado demasiado ansioso por el encuentro. Cansado del timbre, di tres golpes a la puerta e inmediatamente se escucharon unos pasos y un huracán que se arrastró por el piso hasta terminar al pie de la ventana espiando. El padre y el hijo me abrían las puertas de mucho más que una casa.

No sé cuánto tiempo tardé en sentirme a gusto pero no debe haber sido mucho, porque no recuerdo ni un instante de incomodidad. El mate iba y venía como las palabras, mientras un plato con bizcochitos de grasa se raleaba.

Yo propuse pedir pizza y Manuel sonrió contento, Fabio ofreció ir a comer choripanes y el enano le dio la derecha. "Es un Morasso" dijo el papá orgulloso. No crean que los choris eran gran cosa (él dice que sí) pero cuando volvíamos se produjo la mejor imagen de este primer encuentro: Manuel, Fabio y yo caminando abrazados volvimos para la casa. Aún ahora lo recuerdo y la sensación fue la de ser una familia (yo vendría a ser una especie de tío).

Hablamos de todo, o de mucho, pero lo hablado es infinitamente menos importante que haberlo hecho.

Imaginé el encuentro de muchas formas diferentes, pero en varias de ellas, esperaba encontrar a un tipo vencido, tan sin esperanza como sus textos dicen, no fue así. Fabio relató, como tantas veces, sus desventuras y sus infortunios (sólo en lo que refiere a lo económico), pero al mismo tiempo me contó de proyectos latentes que han generado algún tipo de luz, aunque sienta que no es más que la llama de una vela en medio de la tormenta.

Creo que él, en parte, es eso, un jinete tirado al piso por el caballo, que insulta mientras se prepara para volver a subir, aún cuando piense que será volteado nuevamente.

Tendría tanto que decir del padre y del hijo, de sus encuentros y diferencias, de sus transparencias y franquezas, de sus bienes y sus mejores, de sus sonrisas y sus miradas, de sus palabras y silencios... y de mí, entre tanta algarabía interna. Pero creo que basta con expresar que no imagino haberla pasado mejor.

Hubo un segundo encuentro, ya con mi familia, con Ati y Nacho, pero lo dejo para el próximo post.

Escrito por Faivel 1:49 a. m.
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