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lunes, marzo 28, 2005
El último día en Golbew (I)
Golbew, se cruzó en nuestro camino sin que nosotros lo deseáramos y, como una mujer seductora, nos envolvió con su perfume, nos agradó con su belleza y nos contó en secreto, la calidez y el cariño que podía ofrecernos. Nosotros, nos dejamos enamorar porque lo valía, y prolongamos la estadía más de lo debido, pero siempre supimos que en nuestro camino no era más que una marca, importante por cierto. Después de almorzar, salimos a caminar por la ciudad en busca de palabras que fueran un mapa hacia la Montaña de la Desesperanza y, de acuerdo a las sugerencias del flaco Inth, desembocamos en un callejón que nacía y moría a la vera del riacho. En el fondo, donde los adoquines de la calle y los tejados se fundían, un conjunto de columnas negras recibía a toda vegetación que tuviera la fuerza suficiente para treparse. Detrás de ellas, se encontraba el lugar buscado. Abrimos un portón que gritaba al moverse y entramos en un salón cuyas paredes estaban formadas por tantos libros, que si uno tuviera que contarlos precisaría más de un día. Me dio pena ver semejante festín de letras para tan pocos comensales. En una lejana esquina de la gran mesa un hombre entraba y salía de varios libros que lo rodeaban para garabatear con plumas en pedazos de papel. A lo largo de toda la mesa podían observarse tinteros, plumas y hojas para quienes desearan darles placer, pero solo aquel lugar estaba ocupado. Una joven, cuyo pelo de noche era deliciosamente decorado por mechones rosados, se movía entre las bibliotecas sacando y poniendo libros de los estantes y lo hacía a tal velocidad, que juraría que no rozaba el suelo. Cuando las Vírgenes se aburrieron del silencio, ella dio cuenta de nuestra presencia y se acercó delicadamente. Ahora sí, caminaba. A veces un segundo necesita de muchas palabras para ser relatado, este fue uno de esos. Mi atención se balanceaba entre, Ilul y Adaug arrimándose veloz y peligrosamente hacia los tinteros y la mujer que caminaba hacia nosotros; sin perder detalle de ambas situaciones, dirigí una mirada hacia la Señora del Cofre con una súplica para que las llevara hacia afuera. El callejón no me resultaba una buena alternativa pero esperaba salir pronto de aquel lugar. La joven, al observar la situación, hizo un gesto con la cabeza a modo de saludo y se dirigió a las pequeñas mientras desabrochaba una sonrisa brillante. Se agachó, les dijo algunas palabras que no pude oír y comenzó a caminar, con ellas de la mano, en otra dirección. Las Vírgenes son, inicialmente, retraídas con las personas que no conocen, por eso llamó mi atención la alegría y la fuerza con que apretaron las manos de la dama y caminaron con ella. Nosotros, sin que a las niñas les importara, íbamos detrás. Escrito por Faivel 11:30 p. m. #
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