![]() ![]() |
|||
|
|||
jueves, junio 02, 2005
Caminando juntos
El extraño ramillete de tres personajes incongruentes que formaban la jardinera de palacio, el hombre de la guerra y la niña de ojos tristes, se dirigía hacia un poblado que se encontraba al pié de la Montaña de la Desesperanza, por lo que nos pareció buena idea continuar el camino juntos.
Adelante, como siempre, las Vírgenes, ahora en compañía su nueva amiga viaje, saltaban y jugaban en zigzag desde la orilla del río hasta la entrada al bosque que estaba del otro lado del camino (es envidiable y admirable la capacidad que tienen estas criaturas de hacer amigos, con la única razón de que estar juntos les hace bien). Como es normal, de a ratos encontraban algo que les llamaba la atención y se demoraban; a veces las esperábamos y nos arrimábamos a mirar y otras les llamábamos la atención o las apurábamos para aprovechar la luz del día y acercarnos más hacia nuestro destino. Detrás de ellas, la Señora del Cofre y Peka, caminaban conversando permanentemente, yo no imagino que pueda haber tantos temas y tantas palabras como para que dos personas hablen inacabadamente pero, de hecho lo hacían, y por lo visto la charla era lo suficientemente variada, porque alternaban rostros serios, sonrisas cómplices y carcajadas, en un círculo de sensaciones que no parecía que fuera a terminar nunca. Corsicarsa, el guerrero de dura coraza y blando corazón, cerraba la marcha a mi lado; su paso era firme y lento como si midiera cada centímetro en el que sus pies iban a apoyar y no me resultaba incómodo porque, con la noche larga del día anterior, mi caminar era cansado y somnoliento. Cuando por alguna razón los pequeños grupos cambiaban, yo notaba que Peka rehuía de quedar conmigo a solas, aunque tampoco se la veía de ese modo con el guerrero. - Tiene algún problema conmigo la jardinera - pregunté esa noche a la Señora del Cofre cuando nos quedamos solos. - No, no en particular con vos - me contestó sin muchas ganas, aunque enseguida aclaró - tuvo algunos problemas, no se siente cómoda en compañía de los hombres en estos momentos. No me dejó repreguntar, ni bien terminó su frase, se dio vuelta, acomodó sus mantas y quedó dormida, o por lo menos fingió estarlo. Y yo, como no podía ser de otra forma, empecé a elaborar las mil conjeturas que el silencio de ambas haciendo juego con la intriga, provocaba. Hasta que, por fin, me dormí. Escrito por Faivel 2:21 a. m. #
Link
Comments:
Publicar un comentario
|
Faivel...
(y sus encuentros): Desde la primera hasta la última huella del Caminante la rastreas por aquí |