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viernes, junio 17, 2005
Sollozos
Las personas que guardan dentro suyo un pasado que les molesta, sienten cómo, esos secretos, se van transformando en una bola de espinas cada vez más tormentoso. A la larga, o bien se acostumbran al malestar o estallan y lo cuentan a una velocidad vertiginosa como para ver si con el relato desaparece. Algo así debe haberle pasado a Peka con la Señora del Cofre, a quien le tomó cariño más que por las bondades que mi Señora podía haberle mostrado, por la confianza y complicidad que ella generó. Las nubes negras de la noche ocupaban todo el cielo y no había estrellas para contar; todo dormían menos yo, al menos eso era lo que pensaba cuando escuché un sollozo cerca mío. Pensé que era una de las Vírgenes que se había despertado y sentía temor por la oscuridad tan angosta, pero cuando me incorporé las observé durmiendo tan tiernamente como siempre. Los gemidos continuaban como si se estuvieran haciendo en voz baja y eran un poco más allá, detrás de unos arbustos. Sin saber si hacía lo correcto o no, me acerqué. Allí estaba Peka, en compañía de su pena, tan profundamente angustiada que no dio cuenta de mi presencia. Pensé en volver sobre mis pasos, pero temí que me descubriera huyendo y pensara que la estaba espiando, de modo que forcé un ruido. Se sobresaltó y cubriéndose como si estuviese desnuda se arrastró un poco más hacia los arbustos. - Disculpe - le dije, pensando en volver a mis mantas. - No, no, está bien - me contestó entre sollozos con una voz que de tan débil debía ser adivinada en lugar de escuchada. Cuando me di vuelta, con el rostro un tanto enrojecido por lo incómodo de la situación, la Jardinera me interrumpió. - ¿No puede dormir, Elas? - preguntó con la voz igual de frágil aunque ya sin las lágrimas que se habían perdido en el puño de su ropa. Pensé en contarle acerca de mi manía de perseguir las estrellas de noche hasta que el sueño me atrapara, pero no me pareció que fuera a interesarle, además una leve llovizna comenzó a caer e inmediatamente fui a cubrir con hojas y ramas los lugares en donde estaban durmiendo; ella, por otra parte, hizo lo mismo con la niña de mirada triste. No volvimos a hablar esa noche, sin embargo sentí que un acercamiento se había producido entre nosotros con esos pequeños cruces de palabras. Al menos, esperaba que a partir de allí, mi presencia no fuera más una incomodidad para ella. Escrito por Faivel 2:06 a. m. #
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