domingo, diciembre 04, 2005

Muertes, tristezas y traiciones
 

El Hombre de la Guerra tragó saliva varias veces antes de continuar con el relato, su voz se tornaba cada vez más gruesa y, apoyando la espalda contra las húmedas y frías paredes de la cueva, prosiguió, después de dar un largo trago de agua.

Apenas Corsicarsa y sus lugartenientes fueron capturados en las Colinas de Aima, las fuerzas del Príncipe se dirigieron a las Grutas de Jario, el mismo lugar en donde éste relato se está llevando a cabo; allí se encontraba la mitad del ejército popular a la espera de su líder, el resto de la fuerza había marchado a una imprevista misión en las lejanías de Antela, bajo el mando del comandante de mayor rango que quedaba en el lugar, Perfus.

Las Grutas de Jario, se habían transformado en algo más que el asiento del ejército popular, allí, además, se guarecían familias que, sin el aporte de sus maridos recientemente enrolados como soldados, no podían sobrevivir. Corsicarsa había ideado un sencillo sistema por el cual sus ejércitos dividían el tiempo entre el adiestramiento militar y la labranza a orillas del río, para poder nutrirse de provisiones, el traslado de las mismas hasta los distintos poblados resultaba imposible por lo que se optó por traer a aquellas familias que no pudiesen bastarse.

El ataque de las tropas principescas no tuvo contemplación alguna, fue una masacre sangrienta en donde no hubo sobrevivientes. Tal y como el Hombre de la Guerra lo había temido, una suma de buenas voluntades nada pudo hacer contra las experimentadas huestes que Charoc había contratado y los pocos que lograron huir fueron alcanzados y cazados como animales. Durante mucho tiempo el agua del lugar tuvo el color borravino de un atardecer triste y un olor tan desagradable como el de la soledad vieja. De vez en cuando el eco del viento devolvía las risotadas ácidas que los mercenarios soltaban mientras el golpe de sus pesadas espadas terminaba con vidas de campesinos, mujeres y niños que nunca entendieron por qué.

Las noticias cuando son malas, cuando hablan de muerte y de tristeza, suenan tan fuerte como un grito a pesar de que apenas si se llegan a susurrar, así fue que tardaron muy poco en llegar hasta donde estaba el campamento de Perfus.

Envuelta de impotencia, la milicia, entre los que se encontraban los hombres más diestros, quiso ponerse en marcha de inmediato hacia Jario, pero el nuevo comandante tenía otras ideas, ensayó un discurso largo y enjundioso para convencer a su tropa de que eso significaría abrazar la muerte desde la más sorda ceguera y decidió que la mejor opción era la de mantenerse ocultos por unos días. Un tiempo después, tan breve como un chasquido, Perfus entabló negociaciones para buscar un acercamiento con el gobierno del Principado y transmitió esto a sus subordinados. Perfus tenía un estilo de conducción muy diferente al contemplativo Corsicarsa, imponía sus decisiones sin aceptar oposición alguna y no dudaba en ejecutar a quién elevara demasiado una voz disconforme, de manera que el nuevo acuerdo fue aceptado sin mayores contratiempos. Curiosamente, Perfus había sido el encargado de concertar la malograda reunión de Corsicarsa con los Poderosos en las Colinas de Aima, a la que, extrañamente, se excusó de ir.

Apenas si pudo Corsicarsa finalizar el relato porque su voz comenzó a hacerse débil nuevamente, levantó la mirada hacia las paredes de la gruta, se puso de pie y se fue caminando hacia adentro de la cueva, aquel lugar desde donde se oía correr el agua. No pudo disimular sus ojos brillosos, era la primera vez que pisaba éstas tierras desde aquellos tiempos oscuros.

Me di cuenta entonces la particularidad de ese grupo de tres personas que conformaban el Hombre de la Guerra, Peka y la Niña de Ojos Tristes, eran tres solitarios que caminaban juntos y me pregunté cómo habrían llegado a unirse y por qué.

Las respuestas, naturalmente, vendrían pronto.



A Sol, por su paciencia, por su insistencia y por su cariño.

Escrito por Faivel 2:44 a. m.
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