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domingo, diciembre 18, 2005
Tiempos de odio
Mientras el Hombre de la Guerra caminaba hacia el interior de las grutas, nosotros nos quedamos mirándolo y mirándonos con una catarata de palabras que giraban adentro nuestro sin encontrar la salida. Había pasado un largo rato y el silencio seguía sin ser derrotado, entonces Corsicarsa se acercó arrastrando los pies y, después de apoyar sus anchas espaldas en la roca, se dispuso a continuar el relato. "Yo tendría que haber sabido quién era Perfus; durante todo el tiempo que estuvo a mi lado sobraron las pistas para adivinar el futuro, pero creo que cuando uno se encuentra peleando codo a codo con tanta gente que nos regala su confianza, cierra líneas hacia adentro, evita detalles inconvenientes y dedica el tiempo a imaginar la estrategia del enemigo, a armar la propia, a fortalecerse y quizás por ello cae de vez en cuando en la ingenuidad de pensar que todos los que tiene al lado sueñan conseguir las mismas utopías. A mí me preocupaba la suerte de mi gente y no pude desconfiar de ella. Hoy, cuando recuerdo lo pasado, hasta creo que la propia imagen delataba las intenciones de mi lugarteniente. Flaco, desgarbado, nariz puntiaguda, ojos inyectados y un andar tan silencioso que jamás se notaba su presencia. Pero no, nunca desconfié". Cuando Corsicarsa fue liberado de su calabozo, el Príncipe ocupaba el poder según las indicaciones de los Poderosos, las pompas eran suyas igual que las fiestas, pero las decisiones de estado las manejaban aquellos otros, como siempre desearon hacerlo y en su propio beneficio; Perfus, hombre de fortuna repentina, era el nuevo General en Jefe de los ejércitos del Principado y ya no había más recuerdos de la revolución que un montón de tumbas sembradas por doquier. Para el Hombre de la Guerra, enterarse completamente de la historia fue como sentarse encima de una hoguera, el odio se abrazaba a su cuello como una serpiente, las noches lo encontraban despierto, bañado en sudor y con una sola palabra en su mente. Venganza. Como ha sido dicho, el ejército popular que escapó a la masacre aceptó las directivas de Perfus porque era el único camino hacia la supervivencia y de a poco, muchos empezaron a creer que, para la nueva causa, la estabilidad de poderes era lo correcto. De hecho, Perfus había basado su estrategia de convencimiento en que se había abierto un tiempo para todos, que cada uno de los anteriores enemigos ocupaban un nuevo sitial de importancia, pero lo cierto era que unos pocos se acomodaban mientras la mayoría sufría lo mismo de siempre. Y, aunque visto de lejos provoque un latigazo de dolor en el estómago, es cierto que una mala paz, para la gente común, resulta más beneficiosa que una justa guerra. Sin embargo, algunos todavía recordaban en silencio al general en desgracia. Cuando se supo de su liberación, intentaron hallarlo con el sigilo que el miedo aconsejaba, pero era imposible encontrar el garbo de ayer en la montaña de mugre y lástima tirada en el suelo que tantas veces se cruzaron. Hubo un día en que el odio que rebasaba a Corsicarsa se cansó de esconderse en los sueños de la noche y lo impulsó a actuar; no necesitó mucho para encontrar a quien había de ponerlo frente a frente con su antiguo lugarteniente. Escrito por Faivel 2:18 a. m. #
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(y sus encuentros): Desde la primera hasta la última huella del Caminante la rastreas por aquí |