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lunes, abril 04, 2005
El último día en Golbew II
Parte I
Un pasillo, en cuyas paredes conversaban respetuosamente el blanco de la cal con el marrón de la humedad , nos condujo hasta una pequeña sala graciosamente decorada con dibujos de felinos de variadas razas y tamaños. - Este es el cuarto de la primera vida - dijo la joven acercándose hacia unos baúles que se encontraban en una esquina. Cuando levantó la tapa del primero, las caritas de Las Vírgenes se iluminaron al descubrir montañas de libros de cuentos que se deslizaron hasta sus pies. Pero la dama siguió abriendo cofres y entonces aparecieron los crayones de todos colores, la carbonilla y los cuadernos que de tan blancos hacían difícil verlos sin pestañear. El último baúl se transformó en una enorme mesa que guardaba en su interior dos sillas pequeñas en donde me pareció ver grabados los nombres de Ilul y Adaug. Mientras las niñas se quedaron disfrutando de su paraíso bajo el cuidado de la Señora del Cofre, seguí a la dueña del lugar hasta la primera sala que habíamos visitado y nos sentamos a conversar. Apenas nos estábamos acomodando, cuando el hombre que estaba en la esquina, juntó sus papeles y, apretando los piés contra el suelo y con la cabeza gacha, pasó a nuestro lado como si no hubiésemos estado allí. Mientras levantaba una silla que arrastró en su apuro comenzó a balbucear algo que no entendí y lo siguió diciendo después de cruzar la puerta. - Es Martín Aon - aclaró la mujer a mi lado sin permitir que le pregunte - tiene cita para realizarle una entrevista a Dios. Debió haberme extrañado esta afirmación, pero creo que mi capacidad de ser sorprendido va disminuyendo a medida en que tantas cosas no comunes ocurren. Será por eso que contesté: - Y se le debe estar haciendo tarde... El espacio de silencio que ofreció la sonrisa de la joven ante la poca gracia de mi acotación, dio paso al asunto por el que habíamos llegado hasta este lugar tan maravillosamente extraño. La mujer, que dijo llamarse Mirzam, apenas si me dejaba hablar, respondía como si adivinase la siguiente pregunta y, con un tono de voz cargado de esa ternura especial que deja traslucir añoranza, me habló de la Montaña de la Desesperanza. Suavemente, pero sin dudar un instante ni interrumpirse, me contó que en aquel paraje habita un hombre que rara vez abandona su cueva, pero que de tanto en tanto envía emisarios para buscar alimentos y libros, porque de ambos necesita para vivir. Escrito por Faivel 11:14 p. m. #
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